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miércoles, 21 de agosto de 2013

Nuestra peor enemiga

La mujer es su peor enemiga. Eso pensaba esta mañana tras haber estado hablando con una periodista siete años mayor que yo. 

Hemos estado comentando  como si no somos inteligentes y generosas las mujeres podemos perder mucho de lo conquistado por muchas feminas luchadoras y comprometidas que pulso a pulso, centímetro a centímetro, logro a logro, derecho a derecho. Han ganado muchas batallas, muchas.

Pero desde mi punto de vista cada una de nosotras hemos de ganar nuestra propia guerra. Y digo esto, porque pesa mucho la cultura. Esa cultura que traemos en nuestro ADN, esa que nos parece que no nos afecta y condiciona. Pero vaya si lo hace!
 

En el fondo, avanzamos poco. Poco porque seguimos valorandonos en función de parámetros muy animales, muy atávicos. Nuestra capacidad de conquistar un hombre, un macho alfa. Nuestra capacidad de mantener al macho a nuestro lado. Nuestra capacidad de conquistar otro si el primero nos deja. Nuestra forma de instrumentalizar el cuerpo y el sexo como vía de obtención de logros. Nuestra forma tan distinta de tratar hijos e hijas. Nuestra mala relación con la madre. Nuestro sufrimiento y soledad no compartida con otras. Nuestra ansia de ser perfectas en cada faceta, de exigirnos hasta la extenuación más propia de quien se desprecia que de quien se quiere. Cultivamos vidas infelices y trasmitimos a nuestras descendientes esa maldición.
 

Con mis experiencias vitales estoy escribiendo dos libros. Uno donde incito a la rebelión, esa  que es con tu peor enemiga: tu misma. Y el segundo es un llamamiento al perdón. Perdonar a esa madre que nos dio lo que le dieron y nos trasmitió lo que le trasmitieron. Ambas son historias llenas de aceptación, comprensión y perdón. Perdonarse a una misma por no ser perfecta. Perdonar a tu madre por que no entiende que lo tuyo no es un fracaso, es un éxito.
 

Con mas de cincuenta he aprendido algunas cosas, claves en mi evolución personal. En tu interior está la esencia de tu felicidad. Las amigas son un tesoro inapreciable. Y las elijo frente al macho. Quiero envejecer con dignidad, quiero estar orgullosa de mis arrugas, de mis canas, de mis años. Esos que me han permitido identificar a mi peor enemiga y ahora mi labor es ponerme en paz con ella, yo misma.

Os animo a hacerlo, cuando tú cambias, todo cambia.
 

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