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jueves, 10 de noviembre de 2011

Europa: integración de talentos




Ayer, volví a hacerlo, realicé una nueva comprobación. Intenté algo muy difícil, casi imposible. No lo conseguí y me alegro, pero aprendí una lección valiosa que me gustaría compartir en este tiempo de crisis, de cambio, de baja confianza y por ende de autoestima; de una Europa poco sentida y muy poco ligada.

En Europa somos muy diversos y muy distintos. Simplemente porque nuestras culturas son desde siempre muy divergentes. Y sigue siendo así. Unos, los alemanes, esos de a pie siguen siendo igual: Disciplinados, estrictos, cumplidores de las reglas, seguros, exigentes y rígidos. Todo eso hace posible su dominio en la capacidad de garantizar calidad y seguridad. Son como rocas frías, un tanto inamovibles, y obedientes de la autoridad sea la que fuere. Son en el fondo buena gente, pero cuesta a veces llegar a esa esencia. De otro lado, los españoles somos un poco informales, rompe normas, creativos, inconsistentes y transgresores de reglas. A los alemanes les resultamos en cierto modo de poco fiar. Y no les culpo.

Ellos y nosotros tan diversos y tan dispares estuvimos hace 500 años unidos en un destino común de preponderancia, que no supimos mantener en el tiempo. Los tiempos de Carlos I de España y V de Alemania. De algún modo tenemos una asignatura pendiente.

Ayer me pregunté por qué fuimos los españoles, los colonizadores, descubridores y conquistadores del nuevo mundo. ¿Por que no fueron los disciplinados alemanes?. La discusión fue si Colón era italiano o español.

Al final, nosotros no supimos permanecer bien y ellos ni llegaron a salir. Pero se consolidaron aquí; en su lugar. Son para mi ejemplo en un aspecto que es el de superar y aguantar los malos tiempos. Su espíritu reconstructor y su obediencia al superior. Su dureza y capacidad de superación. Su capacidad de centrarse en algo y perfeccionarlo. Quizá les admiro porque soy la otra cara.

Pienso en los españoles, pienso en nuestra inconsistencia, nuestra efervescencia y nuestra genialidad alegre. Nuestra falta de orgullo, nuestra impaciencia y poca constancia, nuestra festividad y rebeldía, nuestra creatividad y un largo etc. de aspectos complementarios de estos.

Europa es rica porque es diversa, pero carece de un cemento integrador que la dote de la superioridad que proporciona esa diversidad. Tenemos que mejorar y, sobre todo, integrar talentos. Podría hablar de otros países pero solo estaría incrementando la diversidad, que en el fondo es oportunidad.

La clave del éxito de esta integración es simplemente la bonomía y la Ética. Contar con unos pocos principios y compartirlos a modo de territorio común, que sin igualar y desde el respeto y la madurez produzca el efecto del holismo. Con un fin común, la EVOLUCIÓN que trasciende y nos separa de un primitivismo ancestral como el que hacía que los homo ancestor de antaño se comiesen unos a otros por cuestiones territoriales.

Y todo esto ¿cómo lo aprendí? Por supuesto de forma empírica, reposada o meditada. Solo que primero lo hice y luego medité sobre ello.

Lo voy a compartir, con cierta vergüenza, pero como ilustrador.

Ayer, día de San Carlos fui por primera vez a una carrera de motos. Ayer iba acompañada de dos jóvenes que podrían ser mis hijos y de los que soy jefa. Les digo siempre que nunca se digan no, que intenten todo, que no se culpen si se equivocan pero que aprendan, que sean rigurosos, que sean exigentes, que prueben a hacer las cosas de formas diferentes, que sean flexibles pero exigentes, que disfruten de lo que hacen, que tengan esperanza pero que trabajen duro, que no se quejen ni culpen a otros, que asuman sus errores, que sean humildes y sepan pedir perdón y perdonarse, que el dinero no lo es todo, que los españoles una vez fuimos poderosos y lo hicimos mal y que hemos de rectificar lo que hicimos mal y volver a liderar.

Todo esto en el día que parece que los alemanes metieron en Cintura a los griegos y amenazaron a los italianos, porque a nosotros ya nos tienen acogotados hace tiempo.

Ayer, decía fuimos a la final del premio de Cheste, final de todas las vueltas de esta temporada. Era mi primera vez, y por ello desconocía las reglas del juego. Para los que no lo sepan, hay tres niveles de acceso. El del público con entrada, el de los VIP, con palco y el de los elegidos a tener acceso al paddock. El paddock es como la cocina del circuito. El lugar que debe ser preservado y controlado con rigor férreo para que todo funcione y sea seguro. Y para garantizarlo la clave es sencilla. Controles de acceso estrictos y múltiples, un plan bien diseñados de puntos de control y buena tecnología. Ellos contaban con ello. Para el control en puntos gente nativa, para el punto clave nativos y grupo de control. Y todos pertrechados de tecnología a la última. La gestión la realizaban teutones grandotes de ojos color azul hielo y con mirada y gesto disuasorio. Educados pero firmes e impositivos.

Yo, privilegiado ser, contaba con pase para cocina, paddock. Pero inquieta me dije ¿hasta dónde son seguros?. Y traté de engañar al sistema. Solo que ese sistema no poseía fisura y me equivoqué. El resultado, me quedé sin pase, que me requisaron y con el acceso cerrado y la amonestación y negativa de retornármelo. Aduciendo que eso eran las normas y que no existía excepción para nadie. Firme, estricto, pero educado.

Volví a pasar con otro nuevo que me prestaron y al salir busque al alemán que me lo requisó y que como habrán supuesto era del grupo de control. Me recordaba perfectamente y tras un primer momento de desconcierto y rigidez propia de repetir que no me devolvería el pase. Ya que no entendía otra causa para mi nueva aproximación que la recuperación del pase.

Empecé por felicitarle por su firmeza educada, pase a manifestarle mi admiración por la calidad de lo que hacían y su disciplina. Y creo que a esas alturas estaba desconcertado de tal forma que hubo un momento en que avisó a otro que podría ser su jefe y que se acercó con otros. Percibía el desconcierto en la mayoría, no entendían bien ni el español, ni que pasaba. Acabé hablando con ellos, especialmente con mi captor. Que me acabó confesando que el tenía un coche italiano y que creía que era igual de bueno que el alemán. Que se llamaba Karl y que no sabía que era su santo. Me estaban esperando y tuve que irme no sin antes felicitarle por su santo, pedirle perdón por la infracción y tranquilizarlo, pues su preocupación era que tenía una persona en el interior sin localizar, le dije que estaba fuera y que perdonase. Esto último con su mano entre las mías a modo de lenguaje no verbal para trasmitir confianza. Me despedí ante los ojos estupefactos de los alemanes. Y ahora estoy pensando de madrugada que, qué fantástico sería el mundo si sumásemos en lugar de restar y cooperásemos en lugar de luchar.

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