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viernes, 14 de diciembre de 2012

Tarde siempre tarde

Ayer sentí una gran alegría al enterarme por el canal local de la Comunidad Valenciana de TVE que una buena amiga mía había sido declarada inocente de una imputación relacionada con delitos de corrupción. Me alegró, y más, cuando Ciscar, el vicepresidente de la GVA, hizo una reflexión sobre lo que implica no respetar la presunción de inocencia.


Sé que es difícil en tiempos donde nos invade la corrupción y el escándalo no juzgar. Pero juzgar es algo que corresponde a los jueces. Eso sí, quizás si se juzgase con mayor celeridad y se impartiese justicia con la aplicación de leyes que disuadan y no leyes que indulten, todos los ciudadanos y ciudadanas de a pie nos sentiríamos más amparados y confiados.

Pero no he querido dejar de hacer una reflexión personal de esto, no he querido dejar de dar la cara por alguien en quien confío y que me consta, ha sufrido un trato injusto. Yo he sido testigo. Y me refiero al de comentarios hipócritas de “Ah, la que está imputada”, o menos pero inquisitivos como “Hasta los imputados siguen en sus puestos de trabajo”, en boca de gente que no conoce toda la verdad ni las circunstancias.

Ayer no pude dejar de recordar que cuando me enteré de la imputación, me indigné y escribí un artículo que antes de ser publicado compartí con la afectada. Me dijo que no podía decirme que no publicase pero que obviase su nombre. Y así lo hice, lo hizo de hecho un periódico valenciano al que lo remití. Era un llamamiento a la responsabilidad y el rigor. De hecho puede leerse aún en un compendio de pensamientos que publiqué posteriormente en el número 32 en las páginas de 122 a 125.

Hoy, cuando me puse a buscar los links para incluir me he dado cuenta que lo escribí hace mas de 3 años. Y he pensado que solo la víctima ha vivido 3 años de cuestionamiento y angustia. Solo ella se ha quedado sin trabajo. Solo ella ha visto dañada su reputación profesional. Solo su familia y sus hijos y algunos amigos sabemos lo que ha pasado esta persona.

Yo siempre le decía “Al final la verdad nos hará libres, y todo pasa por algo”. Pero a ustedes les digo y ¿Quién se responsabiliza ahora del daño? ¿Quién le compensa a ella de todo? ¿Quién le devuelve a su estado anterior?

Son preguntas que deberíamos hacernos no para envenenar nuestras almas, pero sí para ser en el presente y futuro más prudentes en el juicio, nosotros los profanos, y más diligentes los administradores de justicia, porque la sensación es que llegan “Tarde, siempre tarde”.